Mi tango de cabecera

Horrible tarea la que te pidieron. Elegir la letra de un tango. De un solo tango. Con qué cara vas a ir a decirle al gordo Manzi, a Cadícamo, a Le Pera, no, no se vistan que ustedes no van. Con lo calentón que es Le Pera. ¿Cómo me dijiste que se llamaba? Ah, sí, Gobello. Abominable el tipo ese. ¿No se da cuenta la pena que te ha herido al hacerte desechar Los Mareados, Sur o Che Bandoneón? Doloroso dejar fuera letras que contienen versos como " Hoy vas a entrar en mi pasado", o " el rodar en tu empedrado, es un beso prolongado, que te da mi corazón".
Pero vos sos soldado y tenés que cumplir. Pará, no llorés, no me hagas recordarte aquello de que un hombre macho no debe llorar, sobre todo si no tiene mano a mano un pañuelito.
Lo pensé bien, te juro. Estuve escuchando y masticando todos los tangos que llevo guardados en el cuore. Esos que en alguna oportunidad me han hecho mascullar: "puta, si yo hubiera escrito algo así, me daría por cumplido". Y elegí Naranjo en Flor. Sí, ¿Qué tiene de malo?
Porque es una letra que arranca con imágenes suaves "más blanda que el agua, más fresca que el río" acompañando una melodía que se inicia también suave. Se presiente una vida que nace. El hombre/mujer, nuestra letra, llega a la madurez, ha vivido y es capaz de sintetizar en pocos versos toda la filosofía budista, "primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento". El camino al Nirvana como dirían los budistas, a la vida madura y satisfecha como diríamos nosotros, requiere esas etapas: sufrir, amar, viajar y al fin andar sin pensamiento, frase amplia, pasible de mil lecturas. No intentaré fijar ninguna para no matar las otras novecientas noventa y nueve lecturas también válidas.
Nuestro personaje sigue viviendo, la letra avanza y los autores tienen preparado para este tango un final brusco. Este tango no se murió de viejo al llegar a los treinta y seis acordes, lo pisó un tren. De ahí el acorde a plomo y el pájaro sin luz. ¿Querés manera más tanguera de morirse?
Finalmente, dos razones extraliterarias y extramusicales -pero no por eso menos válidas- para mi preferencia por este tango: porque fue el último que le escuché derramar en vida al Polaco, y porque fue el primero que mi hijo mayor aprendió a los seis años.

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