Cuasi-cidio

Han sido ocho meses agotadores. Pero fructíferos. Basta ver el entusiasmo que alienta toda esta multitud. Por suerte no inicié la campaña cuatro meses antes como me lo aconsejaron algunos y como hizo el senador De Marco. Además, si se la estira demasiado la gente alcanza su climax algún tiempo antes de las elecciones pero el domingo clave ya ha desaparecido parte del efecto. Debo reconocer que buena parte del mérito es de Jorge, que ha sido un excelente organizador y ha manejado muy bien la relación con los medios. Tengo que recordar recompensarlo con algún cargo interesante. Creo que haría un buen subsecretario de Relaciones Exteriores. Además, le encanta viajar.
No, nunca estuve afiliado a ningún partido político. Qué va, yo perder el tiempo en esas cosas, para que después los políticos se pasen sus promesas por ahí por donde usté sabe y nos dejen otros cuatro años pagando de fiado, no. Mi familia nunca supo de lo mío. Quiero decir mi vieja y mi medio hermano Javier, que son lo que yo llamo mi familia, porque la loca esa que me largó por el farmacéutico no fue nunca familia, fíjese que ni un hijo pudo darme la tarada. Pero tampoco ella sabía nada. Cuando me echaron del taller me empecé a dar con el Ruso y el Tuerto, que ya andaban en esto, pero nunca habían hecho nada grande.
Detesto el personalismo, pero no puedo dejar de sentir un orgullo egoísta al ver más retratos míos que banderas del partido. Espero que tu nombre en los pasacalles no te ciegue, me dijo un día el viejo Peralta Ramos, diputado como quedan pocos. Yo lo espero también, pero quién podría, al día de hoy, asegurarlo. Doce puntos en las encuestas a cuatro días del comicio me dan una serenidad y un aplomo que no son míos pero que necesito furiosamente para enfrentar tantas demandas. A cuántos podré satisfacer. A cuántos terminaré engañando. Espero al menos no decepcionarlo a Julito, que con sus seis añitos se aburre tanto en estos eventos. Pero lo necesito a él y a Gloria al menos en las fotos. Se sabe que de otro modo no tendría chance. Ya habrá tiempo para nosotros. Y quizás hasta para rehacer nuestro matrimonio. No, nunca lo había visto antes, en realidá ni siquiera sabía que era candidato. Sí, claro que oí hablar del Partido Unitario Democrático, escuche, ¿Me toma por idiota? Un señor que se hacía llamar el Gaita aunque hablaba tan porteño como usté y yo. Oiga, jefe, ya lo contesté cien veces, no sé quién era ni dónde vive ni nada. La primera vez que se nos arrimó, habló de una parva de verdes como para salir de perdedor por eso fuimos a la siguiente cita que arregló y a la otra y a la otra, pero nunca supe más nada de él, como no sea que era medio finoli, porque se sacaba los guantes blancos tirando de la punta del dedo del medio y se fruncía todo cuando el Ruso o yo metíamos alguna puteada en la conversación. En cuatro años esperan que cambiemos todo. Me darán seis meses de margen y luego comenzarán a llegar las facturas. Cuánto alcanzaremos a cambiar. Cuánto nos dejarán cambiar. Decididamente, después de las torpes declaraciones públicas de Raimundo de ayer a la noche, no puedo incluirlo en el gabinete. Es un hombre capaz y de potencial, pero poco diplomático y no se mide. Tal vez una agregaduría cultural en México o Grecia, pero no más que eso. A veces pienso que nuestros países debieran tener seis embajadas en París, porque siempre hay media docena de quiero-ser-embajadores-en-París. Pero todo eso lo pensaré el lunes. Cuando habló claro, el Ruso un poco arrugó. Sí, arrugaste, no digas que no. Dijo que era mucho riesgo, que se nos tiraría toda la cana encima y arriba la seguridá privada del fulano ese. Pero lo convencí. Le hablé de la vida que podríamos empezar de nuevo. El papel más jodido me lo reservé para mí porque si no este marica no agarra ni loco. La cuarenta y cinco se la pedí al Tuerto que siempre tuvo una bien cuidadita. Los de seguridad dijeron que una limosina abierta era mucho riesgo, pero no se dan cuenta que no puedo proyectar una imagen de miedo andando en un papamóvil a escasos días de las elecciones. Tengo que arriesgar. Además, quién podría querer hacerme daño. Me arrimé a las barandas que cortaban la calle bien temprano para asegurarme la primera fila. Y llevé una escarapela con los colores del Partido Unitario Democrático, ya ve que no soy ningún gil. Los brazos abiertos y el rostro sonriente. Cuidar que el gesto con los brazos no se parezca excesivamente al de Angeloz ni al de Alfonsín ni al de Perón. Que la sonrisa no resulte payasesca. Detener la mirada en los niños, pasear los ojos por las primeras filas. Todo esto se nota mucho en la TV, dice Jorge. El sol me cocinaba pero no quise comprar una gaseosa para no llamar la atención. Treinta y seis grados, el traje, la corbata y el chaleco antibalas me sofocan. Y no debe notarse. Estaba a ochenta metros cuando llevé la mano a la sobaquera y empuñé el metal frío. Por fin algo frío, pensé. La dejé ahí hasta que estuvo a quince metros. Un par de cuadras más y llegaremos a la sede central con aire acondicionado. Aguantar un poco más, no está saliendo nada mal. Sabía que tendría una sola oportunidad, así que extraje el arma y apunté sin detenerla ni un instante. Con balas de mercurio, aunque le pegara en una oreja, su cabeza estallaría como melón maduro llenando el tapizado de cuero y las pantallas de TV con pelo rubio y seso blando. Sentí un clic y no lo pude creer. El pelotudo del Tuerto no había colocado balas en la recámara. Quise volver a gatillar, pero antes de que tuviera tiempo me cayeron encima cien puños que me hundieron y molieron y perdí la cuarenta y cinco y casi-casi la vida. Sí, ya sé que ahora es presidente. ¿Que pude haber cambiado la historia? Y sí, si cobraba toda esa tela, seguro que era otra historia.

No hay comentarios: